lunes, 28 de enero de 2013

La carta



Desperté. Mi cuarto era otra vez el mismo, pero yo no. La experiencia que acababa de tener me había cambiado de algún modo. Era como si acabara de nacer. Revivir la experiencia en el claustro materno había inyectado en mí una paz difícil de explicar, y, al mismo tiempo sentía que mi fuego interior estaba más encendido que nunca. Al salir de mi habitación encontré a mi padre donde siempre, pero él tampoco era el mismo. Su sillón ahora lo ocupaba un hombre sonriente y afectuoso. Se levantó para abrazarme, puso sus manos en mis mejillas y trató de decirme algo, pero su voz se entrecortó y sus ojos se llenaron de lágrimas. Trataba de decirme que me amaba con palabras, pero me lo dijo en silencio. Fui yo el que hablé. Le mostré el tatuaje de mi pecho y le conté la experiencia que recién había tenido, que había viajado al pasado y que mi madre y el  sello me habían llevado a conocer la fecha y el lugar exacto donde todo se consumaría. – El 19 de enero del 2013 tendré que ir a Chichen Itzá, para reunirme con los otros tres elegidos- le dije seguro y emocionado a mi padre, el lugar es el correcto-respondió-, pero la fecha no es la correcta.

Mi padre me contó que el día en que nací mi madre había actuado de extraña manera. Aunque ya no estaba trabajando por su avanzado embarazo, ella insistió en ir a Chichen para saludar a algunos guías compañeros de trabajo. Dijo que ese lugar la tranquilizaba y que todo estaría bien. Insistió en ir sola y mi padre no pudo convencerla de lo contrario. Llegaría al sitio al medio día y pasaría toda la tarde ahí. Al despedirse abrazó con fuerza a mi padre. Esa sería la última vez que la vez que la vería con vida.

Cuando él regresó del taller ella no estaba en casa, pero no se preocupó, pues recordó que ese día las ruinas cerrarían sus puertas más tarde; lo habían estado anunciando semanas antes. Él había tenido una dura jornada, así que se sentó es su sillón a descansar un rato mientras ella llegaba. Se quedó profundamente dormido.

Me despertaron 3 golpes en mi puerta, -dijo con tristeza mi padre- cada golpe sobresaltó mi corazón. Era pasada la media noche. Al abrir un oficial de la policía me dijo que tenía que acompañarlo a Tinum, un poblado cercano a las ruinas; ahí, en un sanatorio estaban tu madre y tú. El camino me pareció eterno. El oficial guardó silencio y solo acertó a contestar a una de mis preguntas. “el niño está bien, allá le darán más información”.

Al llegar a la clínica de Tinum, un agente del ministerio público  me estaba esperando para darme la fatal noticia. “El encargado de Chichen nos dio su dirección, siento informarle que su mujer dio a luz en las ruinas, y al parecer ahí perdió la vida”. Me leyó el parte. Este decía que poco antes de la media noche, el guardia nocturno vio una extraña luz en el área de la pirámide de Kukulkán, al parecer era fuego. Al aproximarse el fuego se había extinguido, pero en su lugar había encontrado a una de las guías tendida al pie de una de las cabezas de la serpiente emplumada y a su lado a un bebé recién nacido. Había llamado a las autoridades y a una ambulancia. Al revisar las pertenencias de la occisa, encontraron en su morral su gafete de identificación y un sobre cerrado aparentemente dirigido a alguien llamado Juan Antonio.

Las horas siguientes fueron una pesadilla. Firmaba papeles y oía voces sin plena conciencia y respondía sin saber realmente lo que decía. Un par de horas después, finalmente, una enfermera te puso en mis brazos envuelto en una frazada blanca, antes de salir el oficial me entregó las pertenencias de tu madre, el acta de defunción y el certificado de “nacido vivo”. Ya estábamos a punto de salir en la misma patrulla que me trajo, cuando salió corriendo la enfermera para darme una moneda que tu madre traía apretada en una de sus manos cuando la encontraron.

En el camino de regreso el silencio estaba cargado d dolor. Te sentí mover entre mis brazos, pero la escasa luz no me permitió verte. Al llegar a casa, sentado en este mismo sillón, te destapé y te vi por primera vez al tiempo que leía la carta que ella me había dejado. Sus palabras y tu apariencia dejaron clara su traición.  

Mi padre se incorporó y caminó unos pasos para traer la caja de madera de donde había sacado la moneda el día anterior, le quitó un doble fondo y sacó de ahí una hoja doblada para ponerla en mis manos. La carta decía lo siguiente:

Juan Antonio:

Estás líneas son las más difíciles que he escrito en mi vida, porque son para despedirme.
Tú sabes que por años desee ser madre y esperé ese momento con el alma. Por alguna razón se me negó por mucho tiempo, hasta que él apareció.

Hay cosas que no entenderías, porque ni yo misma las entiendo del todo, lo único que puedo decirte sin duda, es que es un gran amor el que me mueve, y que algún día entenderás mi decisión.

Si estás leyendo estas líneas es que algo me pasó. Te ruego que cuides a mi hijo y lo prepares para los tiempos difíciles que vienen.

Perdóname, Yexalen

Al leer la carta entendí los años terribles que había pasado mi padre. A pesar de eso él no me había dejado a mi suerte, y si bien no fue un padre amoroso, nunca me faltó sustento.

¿Me entiendes ahora? -dijo mi padre con un suspiro entrecortado- hoy leo esas líneas de otro modo y sé que escondían una verdad… un gran amor, a ti, a mí y a todos los seres que habitamos en este planeta.  En aquel tiempo tardé muchos días en superarlo, en guardar mi dolor y mi resentimiento. Fuiste tú, con tu sonrisa y tu mirada inocente, el que me hizo reaccionar. Pensé que nunca llegaría el momento de enseñarte esta carta, pero hoy me quedó claro que tenías que conocer toda la historia. No puedo permitir que faltes a esa cita que tienes con el destino.

Me dijo entonces que me fijara en la fecha de la carta. 21 de diciembre de 1997. Solo acerté a decir “hoy acabo de nacer de nuevo”.

viernes, 25 de enero de 2013

El habitáculo del dragón




Los pasillos y recovecos del edificio derruido parecían interminables. Laberinto era la palabra exacta que definía nuestro recorrido. La luz apenas iluminaba tres pasos adelante, pero ella no solo no parecía tener miedo, sino que sabía muy bien  hacia donde se dirigía. De pronto se detuvo frente a un muro al final de un andador y se agachó para remover un bloque de arcilla a nivel del suelo. El orificio que dejo apenas era de medio metro cuadrado, pero fue suficiente para que, arrastrándose pasara del otro lado. Mi madre recargó la lámpara de mano encendida en uno de los muros y eso fue suficiente para iluminar el habitáculo.  El espacio era amplio, pero extrañamente, sin puertas ni ventanas. Tres metros de ancho por seis de largo aproximadamente; los muros rectos hasta alcanzar dos veces la altura de mi madre. A partir de ahí se inclinaban formando una especie de techo de dos aguas que remataba en una viga de piedras. Al mirar en fondo de la habitación, daba la impresión de estar en una capilla. Al centro del espacio había una banca de piedra. Los extremos, esculpidos, presentaban la cabeza y la cola de un dragón. Fue ahí donde ella se sentó, cerró sus ojos, y, poniendo sus manos en el vientre empezó a entonar una suave canción en náhuatl:”koonex, koonex, palxen… xik tu bin, xik tu bin, yokol k´in” . No sabía que significaban esas palabras, pero su dulce voz y la melodía me decían que se trataba de una canción de cuna. Un sentimiento de infinita paz y amor me sobrevino. Las fechas no podían mentir, yo estaba ya en su vientre y me la estaba cantando a mí. Cerré los ojos también y al hacerlo sentí que me conectaba con el mí mismo que estaba dentro de mi madre. El sonido de su voz fue haciéndose lejano y en su lugar empecé a escuchar una melodía distinta. Era su corazón que se acompasaba con el mío, era  el ruido del flujo de su sangre, era su respiración. Todo lo que había vivido hasta ahora valía la pena y agradecía al universo al permitirme revivir esta experiencia olvidada.

 Abruptamente estaba de regreso. La lámpara, aun recargada en la pared, estaba dando sus últimos destellos, para dejarnos en una profunda obscuridad. Casi inmediatamente un punto de luz intensa comenzó a crecer al centro de la habitación, justo enfrente de mi madre. Era una esfera en cuyo interior giraba una espiral de fuego, muy similar al de mi moneda. Luego la esfera fue tomando la forma de dragón y finalmente se transformó en una figura humana muy familiar, era Na-Y.

Sin decir nada, como respondiendo a una orden telepática, ella se recostó en la banca, mientras que él imponía sus manos a unos 20 centímetros sobre su vientre. La espiral de fuego se materializó de nuevo, para introducirse lentamente en el cuerpo de mi madre. Unos minutos después la esfera regreso a las manos de Na-Y para convertirse en un moneda de luz. El silencio se rompió con la voz de él que decía “la tercera hebra fue encendida y las modificaciones genéticas se han llevado a cabo, cuando cumpla 15 años, tu hijo, uno de los elegidos, llevará a cabo su misión”. Mientras él hablaba, por extraño que parezca, volteó su mirada hacia el rincón de habitáculo donde yo estaba y me sonrió mientras me mostraba la moneda. Finalmente  regresó su mirada hacia mi madre y puso la moneda en su vientre mientras desaparecía.

La luz de la lámpara de mano encendió de nuevo. Mi madre se incorporó y emprendió el camino de regreso. Al salir ya era de noche. A lo lejos se oía una música muy bella y una luz intensa  se veía sobre las copas de los árboles. Mi madre caminó hasta que tuvo de frente  a la gran pirámide, ahí miles de personas escuchaban extasiados a un señor regordete vestido de gala… “Ma n'atu sole cchiu' bello, oi ne', 'o sole mio sta nfronte a te!,'o sole o sole mio, Sta nfronte a te ... sta nfronte. “.  El rostro de mi madre reflejó una gran emoción y mientras miraba hacia la cúspide de la pirámide dijo en voz baja: “Pero otro sol, aún más bello, mi sol, está frente a mí…está frente a mí”. Mi cuerpo empezó a llenarse de luz, era momento de regresar.

martes, 22 de enero de 2013

Las monjas



Sorprendido por lo que había descubierto, me perdí un momento haciendo cuentas. Unos segundos fueron suficientes para perder a mi madre de vista. Un sentimiento de angustia me sobrevino mientras, desesperado,  caminaba y giraba la vista para todos lados en su busca. Apostado en la esquina de la plaza el alma me volvió  al cuerpo, cuando entre la gente, vi a mi madre en la esquina contraria. La imagen y el sentimiento de alivio duraron muy poco. Un autobús se interpuso por unos momentos y al avanzar ella había desaparecido de nuevo. Estaba a punto de maldecir mi suerte, cuando la claridad regresó a mi mente. ¿En qué estaba pensando? Yo podía cambiar la situación. Entonces sin pensarlo metí la mano a mi bolsillo y saqué mi moneda; la apreté fuertemente entre mis manos mientras decía “estoy a un lado de Yexalen”. Repetí esta afirmación 3 veces y al hacerlo vi como la escena de los últimos minutos se regresaba ante mis ojos. El tráfico en reversa hizo que el camión volviera sobre su camino hasta que vi de nuevo a mi madre en la esquina. En ese momento abrí mis manos y viendo el sello ordené “llévame a su lado”. La moneda pareció cobrar vida y llenarse de luz y esa luz se transmitió a mis manos y al resto de mi cuerpo, después, como en los viajes anteriores con Na-Y, me desintegré y me reintegré a un lado de mi madre. Abordamos juntos el autobús. El letrero decía “Mérida -Valladolid”. No fue necesario adivinar nuestro destino: Chichen Itzá.

Sin una noción real dl tiempo, comprensible por lo que había vivido en los últimos días, calculo que recorrimos la carretera por aproximadamente dos horas. Durante el trayecto no me cansaba de mirar a mi madre. Su mirada, perdida en el horizonte, tenía un brillo muy especial. Su belleza superaba en mucho a lo que había visto en fotografías, y aun a la que había percibido en nuestros dos encuentros recientes. Transmitía mucha paz. De pronto pareció despertar de su ensueño para incorporarse y tocar el timbre pidiendo parada. Al bajar estábamos en un cruce. Una flecha indicaba hacia Tinum, otra hacia Chichen Itzá. Nos dirigimos hacia la ruinas, esta vez a pie. Al llegar al sitio el sol caía sobre los hombros. La entrada estaba resguardada y pensé que mi madre tendría problemas para entrar, pero ella abrió su morral y sacó una identificación que mostró al guardia de la entrada, este le sonrió y hasta la llamó por su nombre mientras le abría el paso.

El ancho camino hacia la pirámide estaba lleno de personas caminando de un lado a otro. Unos con cables y bocinas, otros con sillas y mesas. A la mitad del camino mi madre torció hacia la derecha y se adentró a la maleza por una estrecha brecha. Definitivamente se alejaba del templo a Kukulkán. Nuestro destino era otro. El sendero subía, bajaba y zigzagueaba de tanto en tanto, como si estuviera hecho por una serpiente. De pronto la selva cedió para mostrarnos un trio de ruinas mayas. Al frente una especie de capilla, a la izquierda el observatorio y a la derecha, justo a nuestro costado una gran edificación derruida. Un pequeño letrero mostraba una leyenda “Las monjas”.  A lo lejos se escuchaba lo que parecía ser una prueba del sonido. Recordé que el diario que había visto horas antes anunciaba un concierto frente a la pirámide, seguramente por eso esta zona arqueológica lucia desierta de turistas y, los guardias y guías estarían ayudando a acondicionar el lugar para el evento. Mi madre, después de voltear su mirada hacia todos lados, metió su mano al morral, sacó de él una pequeña lámpara de mano y, brincando una pequeña cerca que impedía el paso se encaminó hacia el interior. Mientras caminábamos por estrechos pasillos iluminados por una insipiente luz, sentí un calor extraño en el bolsillo de mi pantalón. Era el sello, que por alguna razón se había activado. Lo saqué de mi bolsillo y al tenerlo en la palma de mi mano recordé lo que mi madre me había anunciado antes de dormirme. …” deja que el sello te guíe al sexto sitio”. Una pregunta se instaló en mi mente, ¿sería este el sitio de reunión con los otros 3 elegidos? Estaba a punto de saberlo.

domingo, 20 de enero de 2013

La noticia



Un ligero ardor en el pecho me despertó. La moneda de oro aún brillaba cuando la tomé de nuevo entre mis manos e instintivamente la guarde en un bolsillo de mí pantalón. En su lugar quedó una especie de tatuaje con la espiral de fuego. Al levantarme me di cuenta que aunque estaba en mi habitación, esta lucía diferente. En lugar de estarme levantando de mi cama, estaba despertando en un viejo sillón tapado por completo con una sábana; alrededor estaban apiladas cajas. Las paredes estaban vacías y de un color distinto. Estaba preguntándome si estaba dentro de un sueño, o si este era otro de mis viajes cuando escuche ruidos afuera, entonces abrí un poco la puerta para ver que mi madre salía de su habitación y recorría el pasillo  hacia la cocina. Caminé por el pasillo siguiendo sus pasos. Al pasar por la puerta del cuarto de mis padres me di cuenta que la puerta estaba abierta. Al asomarme pude ver a mi padre aun recostado en su cama. Continué mi paseo hacia donde mi madre se encontraba. Al entrar al área social de mi casa, pude ver a mi madre tomando un morral colgado en un perchero y saliendo de la casa. Sin pensarlo salí detrás de ella.  Las calles del Barrio de Santa Lucía estaban tan tranquilas como siempre y el flujo vehicular estaba tranquilo como cada mañana cuando yo salía hacia la escuela. Caminando tras mi madre, a una veintena de pasos, vi como giró a la izquierda en la biblioteca. Unas cuadras adelante se detuvo en el parque como dudando hacia donde dirigirse.  Caminó primero como si se dirigiera hacia uno de los comercios u oficinas que se encontraban en uno de los 24 arcos de la ele que flanqueaba el parque, pero se frenó y corrigió el rumbo hacia el centro de la plaza. Ahí, junto al quiosco central se detuvo a mirar un improvisado puesto de periódicos apostados en el piso. Tomo entre sus manos un ejemplar y lo desdobló. Su mano lo recorrió de arriba abajo y se detuvo en la parte baja. Unos segundos después lo regresó a su lugar desdoblado y siguió su camino. Entonces aceleré mi paso tratando de leer lo que había llamado su atención, sin perder de vista a mí madre En la primera plana pude leer, 3 encabezados. El primero entrecomillaba la frase “Nunca más la guerra”. A un lado se desplegaba la foto de un Papa; el segundo decía que el santo sudario se había salvado de un incendio y, por último, al final de la página el tercero, resaltaba una noticia: Voces en Chichen Itzá. Un señor gordo vestido de gala aparecía a un lado. Antes de seguir los pasos de mi madre subí de nuevo la mirada. La fecha que registraba el diario era 13 de abril de 1997.

domingo, 13 de enero de 2013

La moneda



Mi padre salió del trance y la expresión regresó a su rostro. Otra expresión, no la de antes. Sus ojos brillaban y una gran sonrisa se dibujaba en su cara. Sin decir palabra recorrió la breve distancia que nos separaba físicamente y me abrazó por primera vez en toda mi vida. Luego rompió el silencio dirigiéndose a Na-Y, -no sé quién eres y no me puedo aun explicarme como esto está sucediendo, pero me has quitado un peso que cargaba desde hace mucho tiempo- dijo emocionado y luego, con el gesto de quien recuerda algo súbitamente, salió en carrera de la habitación diciendo- tengo algo que creo que deben tener. Na- Y sonrió y me dijo muy quedo “es momento que tengas el sello”. Antes de que ludiera articular palabra, mi padre regresó y me entregó una pequeña cajita de madera. Al abrirla encontré una moneda, al parecer de oro. La cara a vista tenía grabada una especie de cruz, una suástica delgada cuyos extremos, que apuntaban a la izquierda,  parecían coronados por 3 pequeñas estrellas. Al reverso tenía grabada una espiral de fuego. La dirección de la espiral era en contra de las manecillas del reloj. Ella la tenía apretada entre sus manos el día en que naciste-dijo mi padre-, a ella se le fue dada como parte del pacto que hizo- dijo Na-Y- y ahora llega a tus manos, en los próximos días se te revelará el uso que debes darle, ahora es tiempo de descansar, porque mañana nuestro viaje continua. Ya solo y recostado en mi habitación tomé la moneda entre mis manos y la puse pegada a mi pecho. Un calor y una luz intensos empezaron a desprenderse de ella, tan fuerte que tuve que soltar la moneda y dejarla sobre mi pecho. En la intensa luz se formó, como holograma, el rostro de mi madre, quien con una voz dulce me dijo- el fin de la polaridad está cerca, para que eso suceda deja que el sello te guíe al sexto sitio, ahí te reunirás con los otros 3 elegidos, que tu juego interior nunca repose. En un instante el calor y la luz desaparecieron y me dejaron sumido en un profundo sueño.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

El hilo de fuego

Con las palabras “Yo soy la verdad y la verdad mora en ti” aun repitiéndose como eco en mi mente nos desintegramos para viajar, según yo, al sexto chacra de la tierra. Para mi sorpresa no fue así. Na-Y y yo regresamos al “aquí y ahora” presente. Parecerían días los que estuvimos fuera, pero en realidad fueron minutos los que nos alejamos del patio de mi casa. ¿Por qué no continuamos hacia el sexto y el séptimo destino?-pregunté inmediatamente. Antes de visitar esos lugares, es necesario que tu verdad sea conocida por alguien más- me contestó señalando hacia la puerta trasera de mi casa- entremos a buscar a tu padre. Un sentimiento de ansiedad me recorrió el cuerpo, pero sin vacilar seguí la indicación que me daban. En el interior, sentado como siempre en la estancia estaba él. Una copa llena y una botella de brandy, descansaban en la mesita junto al sillón. Ahí también estaba la foto de ellos juntos. Su mirada estaba perdida hacia la nada. Es como si estuviera inmerso en sus recuerdos y en su dolor. Papá- dije en voz baja y titubeante- necesito que hablemos. Él no respondió y ni siquiera hizo el intento de mirarme. Quiero que conozcas a alguien- insistí aumentando un poco el volumen de mi voz- pero mi padre parecía no oírme. Entonces, Na-Y, con su voz grave e imponente dijo “Es tiempo de que conozcas toda la verdad sobre Ian y Yaxlen”. El nombre de mi madre fue como un dardo que se clavó en la espalda de mi padre. Inmediatamente y con un rictus de dolor en el rostro, él se giró hacia donde había salido esa voz y al encontrarse con mi acompañante palideció. Después, como si la rabia lo encendiera por dentro su cuerpo intentó abalanzarse sobre él y sus puños se apretaron, pero al cruzarse con mi mirada se detuvo y rompió su silencio. Salta a la vista el gran parecido de ustedes dos, supongo que ya te dijo quién es- dijo con su voz entrecortada. Sé quién es, pero no es quien tú piensas-respondí muy seguro- mi padre, aunque siempre lo has dudado, eres tú. Él solo compartió su genética para modificarme con un propósito más allá de toda imaginación. Mi madre estuvo de acuerdo, pero nunca te fue infiel. La expresión en el rostro de mi padre era de total desconcierto, abría su boca intentando articular unas palabras, pero nada salía de ella. Entonces Na-Y levantó su mano a la altura del pecho y de su mano derecha salió un hilo delgado de fuego, que lentamente se extendió hasta tocar el entrecejo de mi padre, quien estaba como congelado ante la situación. Nada malo va a pasarle, solo abro su mente para que pueda entrar la verdad- dijo tajante- . El hilo hizo escuadra en su frente y viajo hacia la mía. La transmisión de información había empezado.

martes, 18 de diciembre de 2012

La gran bocina

Al regresar mi voz y mi sentido auditivo, sentí como si el alma regresara al cuerpo. Miré a mí alrededor y quedé extasiado por el paisaje y por la maravilla de concierto que me ofrecía la naturaleza. Un concierto orquestado por el viento al rozar por las rocas y los arbustos de la gran montaña. Una melodía acompasada por miles de sonidos diminutos, apenas reconocibles, pero que supuse que eran producidos por la fauna del lugar. Cerré mis ojos para tratar de percibir cada detalle. La tierra está hablando y nadie parece escuchar- dijo Na-Y-, si pones verdadera atención, si escuchas no solo con tu oído, sino también con tu corazón, oirás los lamentos del séptimo planeta y la voz del que es, fue y será. El poder del verbo es inmenso. En la escala anterior de nuestro viaje con solo decir “hágase tu voluntad” activaste y abriste tu corazón para vibrar n armonía con el universo. Hace un momento, al contestar “yo soy Ian”, abriste el chacra de la expresión divina, porque al nombrarlo él actúa. ¿Al nombrarlo?-interrumpí extrañado- sí, continuó mi acompañante- quizá tu no lo sepas, pero tu nombre significa “Dios Misericordioso”, entonces al decir “yo soy Ian”, lo que en realidad pronunciaste fue “Yo soy Dios”. En este mismo lugar Moshé lo escuchó decir siglos atrás “yo soy el que soy” para después transmitirle los preceptos que nadie parece entender. Entonces comprendí que estaba parado en el mítico Monte Sinaí y cómo este lugar sagrado estaba relacionado a la expresión divina. Na- Y sonrió, y cómo si adivinara mis pensamientos, me aclaró que el quinto biogenerador estaba constituido por como un gran circulo en cuyo interior se trazaba un triángulo cuyas aristas tocaban, además de este lugar, dos sitios más. Me pidió que cerrara mis ojos de nuevo para mostrármelos. Primero me dejo ver un monte cuyas laderas estaban llenas de olivos. Aquí el avatar de la era anterior realizó un pacto con el creador al decir, como tú, “hágase tu voluntad y no la mía”. Al escuchar estas palabras sentí una inmensa paz. El otro sitio-continuó- es uno de los pocos lugares sagrados artificiales. Entonces la imagen cambió frente a mí y pude ver un conjunto de 3 pirámides. La más grande es como la garganta y el oído del planeta, por aquí fluye la verdad hacia el oído de los hombres. Por un lugar similar los Adamus tendrán que expresar muy pronto su nuevo propósito de vida. Aquellos que no han escuchado, no podrán expresar el nuevo pacto para poder regresar al origen. De pronto el silencio volvió, y antes de poder decir palabra, escuché una voz profunda que decía SAT NAM, pero en mi mente resonó “Yo soy la verdad y la verdad mora en ti”.