Un ligero ardor en el pecho me despertó. La moneda de oro aún
brillaba cuando la tomé de nuevo entre mis manos e instintivamente la guarde en
un bolsillo de mí pantalón. En su lugar quedó una especie de tatuaje con la
espiral de fuego. Al levantarme me di cuenta que aunque estaba en mi habitación,
esta lucía diferente. En lugar de estarme levantando de mi cama, estaba
despertando en un viejo sillón tapado por completo con una sábana; alrededor
estaban apiladas cajas. Las paredes estaban vacías y de un color distinto. Estaba
preguntándome si estaba dentro de un sueño, o si este era otro de mis viajes
cuando escuche ruidos afuera, entonces abrí un poco la puerta para ver que mi
madre salía de su habitación y recorría el pasillo hacia la cocina. Caminé por el pasillo siguiendo
sus pasos. Al pasar por la puerta del cuarto de mis padres me di cuenta que la
puerta estaba abierta. Al asomarme pude ver a mi padre aun recostado en su
cama. Continué mi paseo hacia donde mi madre se encontraba. Al entrar al área social
de mi casa, pude ver a mi madre tomando un morral colgado en un perchero y saliendo
de la casa. Sin pensarlo salí detrás de ella. Las calles del Barrio de Santa Lucía estaban
tan tranquilas como siempre y el flujo vehicular estaba tranquilo como cada
mañana cuando yo salía hacia la escuela. Caminando tras mi madre, a una veintena
de pasos, vi como giró a la izquierda en la biblioteca. Unas cuadras adelante
se detuvo en el parque como dudando hacia donde dirigirse. Caminó primero como si se dirigiera hacia uno
de los comercios u oficinas que se encontraban en uno de los 24 arcos de la ele
que flanqueaba el parque, pero se frenó y corrigió el rumbo hacia el centro de
la plaza. Ahí, junto al quiosco central se detuvo a mirar un improvisado puesto
de periódicos apostados en el piso. Tomo entre sus manos un ejemplar y lo
desdobló. Su mano lo recorrió de arriba abajo y se detuvo en la parte baja. Unos
segundos después lo regresó a su lugar desdoblado y siguió su camino. Entonces aceleré
mi paso tratando de leer lo que había llamado su atención, sin perder de vista
a mí madre En la primera plana pude leer, 3 encabezados. El primero
entrecomillaba la frase “Nunca más la guerra”. A un lado se desplegaba la foto
de un Papa; el segundo decía que el santo sudario se había salvado de un
incendio y, por último, al final de la página el tercero, resaltaba una noticia:
Voces en Chichen Itzá. Un señor gordo vestido de gala aparecía a un lado. Antes
de seguir los pasos de mi madre subí de nuevo la mirada. La fecha que
registraba el diario era 13 de abril de 1997.
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