Sorprendido por lo que había descubierto, me perdí un
momento haciendo cuentas. Unos segundos fueron suficientes para perder a mi
madre de vista. Un sentimiento de angustia me sobrevino mientras, desesperado, caminaba y giraba la vista para todos lados en
su busca. Apostado en la esquina de la plaza el alma me volvió al cuerpo, cuando entre la gente, vi a mi
madre en la esquina contraria. La imagen y el sentimiento de alivio duraron muy
poco. Un autobús se interpuso por unos momentos y al avanzar ella había desaparecido
de nuevo. Estaba a punto de maldecir mi suerte, cuando la claridad regresó a mi
mente. ¿En qué estaba pensando? Yo podía cambiar la situación. Entonces sin
pensarlo metí la mano a mi bolsillo y saqué mi moneda; la apreté fuertemente
entre mis manos mientras decía “estoy a un lado de Yexalen”. Repetí esta afirmación
3 veces y al hacerlo vi como la escena de los últimos minutos se regresaba ante
mis ojos. El tráfico en reversa hizo que el camión volviera sobre su camino
hasta que vi de nuevo a mi madre en la esquina. En ese momento abrí mis manos y
viendo el sello ordené “llévame a su lado”. La moneda pareció cobrar vida y
llenarse de luz y esa luz se transmitió a mis manos y al resto de mi cuerpo, después,
como en los viajes anteriores con Na-Y, me desintegré y me reintegré a un lado
de mi madre. Abordamos juntos el autobús. El letrero decía “Mérida -Valladolid”.
No fue necesario adivinar nuestro destino: Chichen Itzá.
Sin una noción real dl tiempo, comprensible por lo que había
vivido en los últimos días, calculo que recorrimos la carretera por
aproximadamente dos horas. Durante el trayecto no me cansaba de mirar a mi
madre. Su mirada, perdida en el horizonte, tenía un brillo muy especial. Su belleza
superaba en mucho a lo que había visto en fotografías, y aun a la que había percibido
en nuestros dos encuentros recientes. Transmitía mucha paz. De pronto pareció
despertar de su ensueño para incorporarse y tocar el timbre pidiendo parada. Al
bajar estábamos en un cruce. Una flecha indicaba hacia Tinum, otra hacia
Chichen Itzá. Nos dirigimos hacia la ruinas, esta vez a pie. Al llegar al sitio
el sol caía sobre los hombros. La entrada estaba resguardada y pensé que mi
madre tendría problemas para entrar, pero ella abrió su morral y sacó una identificación
que mostró al guardia de la entrada, este le sonrió y hasta la llamó por su
nombre mientras le abría el paso.
El ancho camino hacia la pirámide estaba lleno de personas
caminando de un lado a otro. Unos con cables y bocinas, otros con sillas y
mesas. A la mitad del camino mi madre torció hacia la derecha y se adentró a la
maleza por una estrecha brecha. Definitivamente se alejaba del templo a Kukulkán.
Nuestro destino era otro. El sendero subía, bajaba y zigzagueaba de tanto en
tanto, como si estuviera hecho por una serpiente. De pronto la selva cedió para
mostrarnos un trio de ruinas mayas. Al frente una especie de capilla, a la izquierda
el observatorio y a la derecha, justo a nuestro costado una gran edificación derruida.
Un pequeño letrero mostraba una leyenda “Las monjas”. A lo lejos se escuchaba lo que parecía ser
una prueba del sonido. Recordé que el diario que había visto horas antes
anunciaba un concierto frente a la pirámide, seguramente por eso esta zona arqueológica
lucia desierta de turistas y, los guardias y guías estarían ayudando a
acondicionar el lugar para el evento. Mi madre, después de voltear su mirada
hacia todos lados, metió su mano al morral, sacó de él una pequeña lámpara de
mano y, brincando una pequeña cerca que impedía el paso se encaminó hacia el
interior. Mientras caminábamos por estrechos pasillos iluminados por una
insipiente luz, sentí un calor extraño en el bolsillo de mi pantalón. Era el
sello, que por alguna razón se había activado. Lo saqué de mi bolsillo y al
tenerlo en la palma de mi mano recordé lo que mi madre me había anunciado antes
de dormirme. …” deja que el sello te guíe al sexto sitio”. Una pregunta se
instaló en mi mente, ¿sería este el sitio de reunión con los otros 3 elegidos?
Estaba a punto de saberlo.
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