Los pasillos y recovecos del edificio derruido parecían interminables.
Laberinto era la palabra exacta que definía nuestro recorrido. La luz apenas
iluminaba tres pasos adelante, pero ella no solo no parecía tener miedo, sino
que sabía muy bien hacia donde se dirigía.
De pronto se detuvo frente a un muro al final de un andador y se agachó para
remover un bloque de arcilla a nivel del suelo. El orificio que dejo apenas era
de medio metro cuadrado, pero fue suficiente para que, arrastrándose pasara del
otro lado. Mi madre recargó la lámpara de mano encendida en uno de los muros y
eso fue suficiente para iluminar el habitáculo. El espacio era amplio, pero extrañamente, sin
puertas ni ventanas. Tres metros de ancho por seis de largo aproximadamente;
los muros rectos hasta alcanzar dos veces la altura de mi madre. A partir de ahí
se inclinaban formando una especie de techo de dos aguas que remataba en una
viga de piedras. Al mirar en fondo de la habitación, daba la impresión de estar
en una capilla. Al centro del espacio había una banca de piedra. Los extremos, esculpidos,
presentaban la cabeza y la cola de un dragón. Fue ahí donde ella se sentó,
cerró sus ojos, y, poniendo sus manos en el vientre empezó a entonar una suave canción
en náhuatl:”koonex, koonex, palxen… xik tu bin, xik tu bin, yokol k´in” . No sabía
que significaban esas palabras, pero su dulce voz y la melodía me decían que se
trataba de una canción de cuna. Un sentimiento de infinita paz y amor me
sobrevino. Las fechas no podían mentir, yo estaba ya en su vientre y me la estaba
cantando a mí. Cerré los ojos también y al hacerlo sentí que me conectaba con el
mí mismo que estaba dentro de mi madre. El sonido de su voz fue haciéndose lejano
y en su lugar empecé a escuchar una melodía distinta. Era su corazón que se acompasaba
con el mío, era el ruido del flujo de su
sangre, era su respiración. Todo lo que había vivido hasta ahora valía la pena
y agradecía al universo al permitirme revivir esta experiencia olvidada.
Abruptamente
estaba de regreso. La lámpara, aun recargada en la pared, estaba dando sus últimos
destellos, para dejarnos en una profunda obscuridad. Casi inmediatamente un
punto de luz intensa comenzó a crecer al centro de la habitación, justo
enfrente de mi madre. Era una esfera en cuyo interior giraba una espiral de
fuego, muy similar al de mi moneda. Luego la esfera fue tomando la forma de dragón
y finalmente se transformó en una figura humana muy familiar, era Na-Y.
Sin decir nada, como respondiendo a una orden telepática,
ella se recostó en la banca, mientras que él imponía sus manos a unos 20 centímetros
sobre su vientre. La espiral de fuego se materializó de nuevo, para introducirse
lentamente en el cuerpo de mi madre. Unos minutos después la esfera regreso a las
manos de Na-Y para convertirse en un moneda de luz. El silencio se rompió con
la voz de él que decía “la tercera hebra fue encendida y las modificaciones genéticas
se han llevado a cabo, cuando cumpla 15 años, tu hijo, uno de los elegidos,
llevará a cabo su misión”. Mientras él hablaba, por extraño que parezca, volteó
su mirada hacia el rincón de habitáculo donde yo estaba y me sonrió mientras me
mostraba la moneda. Finalmente regresó
su mirada hacia mi madre y puso la moneda en su vientre mientras desaparecía.
La luz de la lámpara de mano encendió de nuevo. Mi madre se
incorporó y emprendió el camino de regreso. Al salir ya era de noche. A lo
lejos se oía una música muy bella y una luz intensa se veía sobre las copas de los árboles. Mi madre
caminó hasta que tuvo de frente a la
gran pirámide, ahí miles de personas escuchaban extasiados a un señor regordete
vestido de gala… “Ma n'atu sole cchiu' bello, oi ne', 'o sole mio sta nfronte a
te!,'o sole o sole mio, Sta nfronte a te ... sta nfronte. “. El rostro de mi madre reflejó una gran emoción
y mientras miraba hacia la cúspide de la pirámide dijo en voz baja: “Pero otro
sol, aún más bello, mi sol, está frente a mí…está frente a mí”. Mi cuerpo empezó
a llenarse de luz, era momento de regresar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario